Érase una vez en el mercado de Wuhan | Ignacio Carciofi

12 de Abril de 2020

Las imágenes ponían foco en la actividad cotidiana en lo que parecía ser un día cualquiera de comienzos de Enero de este año en el mercado de Wuhan, una ciudad ubicada en la Provincia de Hubei en el interior de China. Sin embargo, bajo cualquier mirada, el cuadro era aterrador. Jóvenes, ancianos y niños caminaban sobre la mezcla de agua y sangre que provenía de la faena de animales silvestres y domésticos. Escenas con jaulas precarias y sobrepobladas de animales llegaban por primera vez a Occidente y llamaban la atención. Sin embargo, durante varios días el hecho siguió siendo una curiosidad que transcurría en un lugar aislado y lejano de Asia. El Carnaval de Venecia en versión abreviada y los partidos de fútbol de la Copa de Campeones de Europa se llevaban a cabo casi con normalidad. Las bolsas mundiales seguían cotizando en valores máximos. De repente, la percepción cambió. Comenzaron a aparecer las internaciones hospitalarias y las primeras muertes en Italia, luego en España, y de allí en progresión a diversos países. Estas noticias despertaron a la opinión pública, y movilizó el interés por saber qué ocurría en China y a interrogarse sobre la posible proliferación de este desconocido brote. De a poco, aquello que parecía distante comenzaba a configurarse como un frente de tormenta cada vez más cercano.

Para mediados de febrero apareció alguna información adicional de un médico localizado en el epicentro del problema. El doctor Li Wenliang fue el primero en alertar sobre la existencia de un nuevo virus muy contagioso y letal. La observación más destacada, y ésa es la base de este artículo, es que todos los casos que atendió este oftalmólogo, se correspondía a pacientes que trabajaban o habían visitado el mercado “húmedo” de Huanan, en la ciudad Wuhan. Es decir, un mercado donde se comercializan pescados, mariscos, carnes de diverso tipo, entre ellos animales silvestres vivos, faenados, semi-cocidos. Resultaba visible que las condiciones de higiene y salubridad eran las peores. De allí en más, los hechos se trasladaron rápidamente al terreno científico sobre la causa del problema concluyendo que se trataba de un nuevo virus.

A la fecha, las investigaciones realizadas muestran que variantes similares al COVID-19 hallado en humanos, se encuentran también en los pangolines malayos que habitan en el sur de China (1). Varios especímenes vivos, refrigerados y en escamas fueron incautados por las autoridades chinas el 1 de enero, cuando cerraron el mercado de Huanan. Aún no está definitivamente comprobado si el pangolín ha sido el causante directo de este COVID. Sin embargo, la evidencia disponible señala el peligro que entraña el consumo de animales silvestres que se comercializan además en pobres condiciones de higiene. Está comprobado que “más del 60% de los agentes patógenos que afectan al hombre es de origen animal. La mayoría de estos agentes patógenos proviene de la fauna silvestre” (2).

Ya se han levantado voces para limitar este tipo de consumos. Recientemente, Elizabeth Maruma Mrema, titular de la Convención de Diversidad Biológica de la Organización de las Naciones Unidas, solicitó la prohibición definitiva y global de estas prácticas para evitar futuras pandemias.

De no haber un cambio radical respecto de la comercialización y el consumo de fauna silvestre, ¿cómo se puede asegurar que el mundo no seguirá siendo amenzado por futuros COVIDs? Por otro lado, y yendo al terreno práctico, cabe preguntarse cuáles son los incentivos que tiene China para terminar con costumbres arraigadas y muy difundidas. 

Los mercados húmedos son populares en China, particularmente en el interior. El consumo de animales silvestres está destinado principalmente a la alimentación y la medicina. Con la excepción de los grandes centros urbanos como Beijin y Shangai, donde la migración acelerada y la modernización ha modificado visiblemente las costumbres, las ciudades más continentales y sobre todo en el ámbito rural, que alberga a más de 550 millones de personas, sigue apegada a tradiciones culturales de larga data.

Los animales salvajes, que se obtienen a través de la caza, son el complemento y a veces un ingrediente principal de muchos hogares. Como es sabido, China y en general el este asiático, posee se una baja tasa de tierra agrícola por habitante. El desbalance entre alimentos disponibles y población ha sido, y aún continúa, un talón de Aquiles recurrente. Con posterioridad a la revolución de 1949 y con el advenimiento del régimen comunista, la autosuficiencia en materia alimentaria se tornó una prioridad social y también política. Aún así, la estrategia no pudo evitar las hambrunas, como la ocurrida entre 1959 y 1961, donde se estima que fallecieron más de 40 millones de personas. Pese a los esfuerzos del autoabastecimiento, llevado al rango de epopeya popular en los tiempos de Mao, la industrialización, la modernización y la migración urbana ocupó progresivamente tierras previamente agrícolas y ejerció una presión constante sobre el precio de los alimentos. Parte de la solución fue finalmente abrir el mercado de agroalimentos a la oferta importada. Pese a que se alejaron los temores de las hambrunas y la falta de comida, gran parte de la población ha seguido con apego a dietas tradicionales que incluyen el consumo de animales de diversas especies, cuya captura, faena y comercialización se hace por canales irregulares.

La alimentación no es el único factor. Por otro lado, la medicina tradicional China está basada en hierbas y en menor medida en animales y minerales. Dentro de las especies animales más utilizadas se encuentran algunas en vías de extinción producto de la presión que ejerce la caza furtiva y sin control. Saigas, tigres, rinocerontes, civetas y pangolines son algunas de las especies que, según los textos de referencia de la medicina tradicional china, pueden ser utilizados en la elaboración de distintos preparados que tendrían propiedades curativas.  Estas prácticas llevan 3.500 años de existencia y, por tanto, parece dificil que puedan ser reemplazas por medicina moderna en un horizonte corto de tiempo. ¿Alcanzará el cimbronazo del Coronovirus para movilizar cambios culturales profundos con la rapidez necesaria?

Hasta el momento, la política oficial sobre este tipo de prácticas no ha tenido un tono enérgico. Por un lado, la normativa es ambigua. Presenta lagunas en cuanto a la comercialización de animales salvajes y el control es dispar por provincias y a lo largo del tiempo. Por otro lado, cuanto más estrictos se ponen los controles, más prolifera el mercado negro. En la actualidad, las comercialización se lleva a cabo, incluso, por canales digitales. El monitoreo por parte de autoridades locales y nacionales va al compás de las demandas de la población y de los intereses creados entorno a las figuras principales del partido.

Más aún, la política oficial en China ha ido en dirección de promover y subsidiar la cría de especies silvestres. Tal es el caso del programa de la “Rata de Bambú”. El último catálogo oficial que autoriza la producción de especies salvajes data de 2008 y no incluye a esta especie, ni tampoco a los murciélagos. Sin embargo, las autoridades locales han apoyado la creación de granjas donde se crían ratas de bambú, pangolines y murciélagos entre otras. Todo esto ha quedado en un limbo legal no resuelto y se invoca como argumento defensivo que la prueba científica no es concluyente. De aquí en más las autoridades deberán decidir qué hacer con estas granjas y eventualmente cómo se reorientaría su producción.  Ciertamente el episodio de Wuhan llevó a una dura respuesta oficial: cierre de la ciudad, de la provincia y confiscación de la evidencia, además de un estricto confinamiento y restricciones a la movilidad de personas. Esto ha provocado enormes costos que deberán ser tenidos en cuenta en la ecuación y ponderar cómo se revierten las políticas que han llevado adelante los gobiernos locales en esta materia. 

Varios países occidentales han mostrado su disconformidad frente al manejo de la información de China sobre la pandemia. Primero fueron Italia, el Reino Unido y España pero sin dudas a la cabeza se encuentra Estados Unidos quien ha comandado los embates con vehemencia. La geopolítica no da tregua aún en medio de la crisis. La muestra más saliente es que el Presidente Donald Trump se refiere al Virus Chino para hacer mención al Sars-Cov2. Una de las críticas más notorias está aparejada a la falta de alerta temprana de parte de la OMS sobre lo que ocurría en China, y que dicha organización no advirtió al mundo sobre este virus, sus características y su proliferación. Las inquietudes respecto del futuro abre diversos interrogantes, tanto del tratamiento de los enfermos como de los potenciales contagiados.Está planteado el desafío que debe responder la investigación científica: encontrar la vacuna que ponga remedio a la causa de esta pandemia. Pero aún cuando se supere el COVID-19, no está claro cómo habrá de reaccionar la población de China y las autoridades respecto de las prácticas de consumo humano de animales silvestres, habida cuenta que está probado que éstos son vectores de contagio.

Más aún cabe la pregunta de si la comunidad internacional puede llegar a imponer condiciones para obligar al país asiático a abandonar este tipo de prácticas. Aún en el caso que se arribe a cierto consenso, la mecánica de aplicación supone controles que además de exigentes deberían ser efectivos. ¿Será capaz el gobierno chino de revertir prácticas culturales que están instaladas o el mundo seguirá amenazado por nuevos virus de similar origen al COVID-19?

1. Lam, T.T., Shum, M.H., Zhu, H. et al. Identifying SARS-CoV-2 related coronaviruses in Malayan pangolins. Nature (2020).

2. Organización de la Sanidad Animal (2015) “Enfermedades de los animales silvestres”.

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