Sin consenso político se van malogrando las capacidades del Banco Central | Laura D'amato

14 Jun 2021
Entrevista por Esteban Lafuente en el diario La Nación

Integrante/es: D'Amato, Laura
“La cuestión que ronda el fenómeno inflacionario es la gran imposibilidad de las autoridades de generar un ancla en las expectativas”, plantea Laura D’Amato, una de las economistas que más conoce sobre el funcionamiento del Banco Central. Ingresó a esa entidad en 1988, pasó por diferentes cargos estuvo, hasta diciembre de 2019, a cargo del Departamento de Modelos y Proyecciones Macroeconómicas. Docente en la UBA y en la UCEMA, advierte sobre la erosión de la credibilidad y el impacto negativo que ello tiene para la efectividad de las herramientas de política monetaria. Y sostiene que el Estado debería enfocarse en mejorar la calidad de la educación, como paso clave para revertir el deterioro económico.

–¿Cuánto de la inflación de hoy tiene que ver con la coyuntura y cuánto con problemas que ya arrastra la Argentina?

–La capacidad de controlar la inflación tiene mucho que ver con tu capacidad de anclar expectativas. Y en ese sentido, creo que hemos tenido un contexto de mucha incertidumbre macroeconómica, incluso desde antes de la pandemia. Por un lado, tenemos esta ya histórica falta de credibilidad en nuestra moneda, y en la medida en que no haya señales claras acerca del cuál es el rol de la política monetaria, obviamente eso tiene efectos negativos. También está el hecho de que al inicio de la pandemia el Gobierno tuvo que ser muy expansivo. Lamentablemente por la propia historia previa de la Argentina, no tenían muchas otras herramientas y tampoco tenía credibilidad.

–¿Y eso dónde se ve reflejado?

–En nuestra histórica falta de confianza en la moneda y en la imposibilidad de emitir deuda, por no tener credibilidad. Eso te limita enormemente; de alguna manera, en la situación coyuntural está toda la historia que arrastra el país colapsada. Eso es un gran problema para la situación que enfrentó este gobierno, que es muy compleja. A lo largo de la historia, nuestro uso de los instrumentos de política monetaria nos ha llevado a perder capacidades de implementar políticas. Mi sensación es que en el primer año de la pandemia la política fiscal y monetaria fue expansiva, que era algo que así debía ser, y de hecho todos los países hicieron lo mismo, pero nosotros estábamos mucho más limitados y con muchas menos capacidades.

–¿Y cómo observa la dinámica actual?

–La política monetaria se tornó este año un poco menos expansiva. Sin embargo, el Gobierno no incluye eso en su comunicación. Sería una señal buena, pero increíblemente no está. Hay algo dual, en el sentido de que ese no es el eje de la comunicación. Lo que se plantea es que la inflación está mucho más vinculada a conductas oportunistas por parte de las firmas para remarcar precios, por ejemplo. La falta de un mensaje claro es algo complicado cuando tenés que ganar credibilidad.

–¿A quién le cabe esa responsabilidad de la comunicación dentro de las distintas instancias del Gobierno?

–Imagino un grado de coordinación importante entre los distintos organismos y ramas del Gobierno, que debería tener un mensaje coherente. Hay algo llamativo, porque se enfocaron en bajar el financiamiento al Tesoro, y de hecho en términos de expansión de agregados la base monetaria está un poco más contractiva, pero eso no es lo que se dice. Lo que se comunica es lo que se hace para pisar precios relativos, lo cual a la larga es postergar inflación para adelante, y se comunica esta cuestión de asignar responsabilidades a algún agente privado. Eso es un problema. Sabemos que un pilar de la capacidad de los bancos centrales de actuar en función de preservar la estabilidad monetaria es que sean creíbles.

–¿Eso tiene que ver con variables económicas o es un tema político?

–Es difícil de discernir. Quizás no hay un entendimiento claro acerca de la importancia de la comunicación en la política económica, y están más orientados a la política y no tanto a la consecución de un objetivo. En la medida en que no tengamos alguna certidumbre sobre el rumbo, tanto de la política macroeconómica como de las políticas de más largo plazo, es difícil recuperar el estímulo a la inversión y es difícil que la gente esté dispuesta ahorrar en nuestra moneda. Obviamente, también hace falta acción, no solo mensajes.

–A lo largo de la historia se vieron los efectos negativos de los desajustes en los precios relativos. ¿Por qué considera que los sucesivos gobiernos replican esa estrategia?

–Es complejo, pero creo que también hay mucho temor a que esas correcciones de precios tengan sus efectos sobre el proceso inflacionario. Es algo muy complejo. En la administración anterior también hubo dificultades. Se decidió hacerla paulatinamente [la corrección] y también se generaron problemas, pero ahí sí había señales más claras respecto de los objetivos.

–¿Por qué falló?

–Había tensión entre objetivos, hubo errores y creo que los propios protagonistas también refieren a esas dificultades. Una cuestión esencial es el grado de coordinación y ahí creo que quizás fue difícil acompasar el ritmo de la corrección fiscal, que era lo que de alguna manera necesitabas. Uno sabe que para que la política monetaria pueda ser un poco más efectiva y tenga capacidades de actuar sobre la inflación, el fenómeno de la dominancia fiscal y la necesidad de financiar al Tesoro no deberían estar. Posiblemente hubo fallas de coordinación que tuvieron que ver también con las preocupaciones por la viabilidad política de implementar la corrección fiscal en forma más rápida. Una limitante grande es la imposibilidad de lograr algunos consensos básicos entre quienes van a alternar en la administración de las políticas. Si no se logran ciertos acuerdos acerca de algunas instituciones claves para el funcionamiento básico de la economía, es realmente muy complejo poder administrar y salir de estas especie de trampa en la que estamos, donde la propia política macroeconómica se ha despojado de sus instrumentos.

–¿A qué se refiere con instituciones?

–A la moneda, por ejemplo. A lo importante que es la estabilidad monetaria. A la idea de qué tamaño de Estado queremos y a cómo queremos que el Estado gaste en líneas generales. Seguramente, distintos partidos políticos van a estar más inclinados a poner mayor énfasis en una cosa que en otra, pero hay algunas cuestiones esenciales para hacer políticas de estado, y en general en las economías están saldadas. En otros países de la región hay situaciones complicadas socialmente, pero por ejemplo el rol del banco central y su independencia se mantienen, aunque los gobiernos oscilen de alguno más tirado a la izquierda a otro más inclinado a la derecha. Eso no se pone en juego.

–¿Qué entiende por la independencia de un banco central?

–No soy una fundamentalista de la independencia, pero lo pienso más en el marco de una política macroeconómica consistente y en que el banco central haga su trabajo con independencia de instrumentos y en coordinación con las otras áreas del gobierno. En la Argentina, se creó en 1936 con un enfoque moderno, enfocado en la estabilización de los ciclos económicos y el rol de evitar shocks, y desde 1946 dio un giro, se reformó la carta orgánica y, como dice mi colega Javier Ortiz Batalla, dejó de estar enfocado en esas tareas y en mantener la inflación en niveles estables, para viabilizar recursos hacia sectores en los que el Gobierno tenía el foco, como si fuera un banco de desarrollo. Y eso ocurrió siempre en la Argentina. Si no nos ponemos de acuerdo en qué instrumentos tiene el Banco Central y a qué objetivo puede apuntar, estamos malogrando sus capacidades.

–Mirando la historia argentina, ¿en qué momento o a partir de cuándo hay que buscar los problemas para el crecimiento?

–En el primer peronismo se dio la primera experiencia en la cual la política económica se auto-generó la primera crisis de stop and go, que después fue un gran fenómeno recurrente en el país. Esa experiencia tuvo algo que después siempre vuelve: usar de manera poco transparente todos los recursos y cajas para producir una enorme expansión del gasto agregado. Ese proceso se agotó en dos años y rápidamente encontró un cuello de botella por la necesidad de dólares para importaciones, y se produjo una crisis externa. Ahí aparece la idea de que por distintos medios se pueden usar los recursos y destinarlos con una visión de corto plazo; ese fenómeno se repite. Pensemos en todo el boom de commodities que viene después de 2002 y en la gran expansión fiscal y monetaria que hubo en ese período. Es como si no pudiéramos tener una estrategia donde intentemos también usar esos recursos para producir un mayor dinamismo en la economía pero, a la vez, quedarnos con algo para hacer políticas contracíclicas; hoy no tenemos con qué hacerlo. Y mientras tanto, estamos viendo un crecimiento dramático de la pobreza. Hay que dejar en claro que tenemos que salir a resolver problemas de inmediato, pero si no pensamos con una visión más estratégica estamos complicados.

–¿Qué habría que hacer?

–Es necesario ponernos de acuerdo acerca del rol de las instituciones. Creo que debería producirse un redimensionamiento del Estado para que el gasto sea eficiente, con enorme foco en la educación y en la salud, que ponga muchísimo foco en el desarrollo de infraestructura y que ayude a que la actividad productiva y el sector privado puedan tener muchas más formas de acceder a los mercados internacionales. La educación me parece muy central. Estamos experimentando una pérdida de capital humano inmensa, y más allá del debate sobre escuela abiertas o cerradas, que muchas veces se vuelve sordo, hay evidencia sobre los efectos negativos de los problemas en educación en los ingresos de las personas en el curso de su vida. Hay que darle más calidad en serio a la educación.

–La idea de dolarizar suele aparecer como alternativa a la inestabilidad. ¿Cuál es su visión al respecto?

–Claramente, no sería algo razonable para la Argentina. En algún momento sobre el final de la convertibilidad apareció la idea peregrina de dolarizar, generó entusiasmo porque la intermediación financiera creció, pero como también había un montón de regulaciones que no estaban bien, se mostró que había un riesgo enorme en el sistema financiero frente a la inminencia de una modificación en el tipo de cambio. Eso se reveló en 2002 de manera dramática. De ninguna manera creo que sea un camino que debamos transitar. Hay que recuperar la moneda doméstica. Obviamente no es un proceso fácil, pero tiene muchas implicancias para el crecimiento. No es solo poder ahorrar en pesos, sino que alguien encuentre atractivo invertir en el país y emprender en el largo plazo. Y lo tremendo es que muchas de las limitaciones económicas de hoy fueron autogeneradas.

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